
Desde que empezó este blog, vimos, leímos, escuchamos y recibimos mucho material en contra de Nicolas Sarkozy. Su personalidad fue muy duramente cuestionada desde distintos ámbitos de la sociedad francesa y no sólo por quienes apoyaban a otros candidatos.
La animosidad que genera el candidato de la UMP ha sido muy fecunda en textos, montajes fotográficos y de video. Los resultados han sido dispares, del hallazgo desopilante a la mala leche idiota. En este blog publicamos una ínfima parte de cuanto nos pareció divertido o, por el contrario y como lo hicimos en un
post reciente, opinamos que se estaba meando fuera del tarro.
Este sábado, cuando la elección de Nicolas Sarkozy parece ya un hecho consumado, nos pareció que había un documento que había circulado durante la campaña que merecía una publicación y una traducción íntegra. Se trata de la descripción edificante y espeluznante (y no de la entrevista en sí) que el filósofo
Michel Onfray hizo de la charla que mantuvo a fines de febrero con Sarkozy, mientras lo entrevistaba para la revista Philosophie. Del encuentro había transcendido el
polémico fragmento en que el inminente mandatario hablaba de la pedofilia y el suicidio de los adolescentes como algo congénito. Pero era sólo, como veremos más abajo, la punta del iceberg. Aquí va una traducción tan atolondrada como necesaria del texto de Onfray.
“La revista Philosophie me preguntó si, en principio, estaba de acuerdo con reunirme con uno de los candidatos a la presidencia para entrevistarlo sobre su programa cultural, su vínculo con lo espiritual o la filosofía. Mientras yo les daba mi consentimiento me preguntaron si tendría alguna objeción contra de Nicolas Sarkozy.
No más que contra cualquier otro, habría consentido incluso si se trataba de Jean-Marie Le Pen [líder del ultraderechista Front National], puesto que acercarme a alguno de estos animales políticos me interesaba como quien visita un zoológico o un museo del horror en una facultad de medicina. Así que fue Nicolas Sarkozy.
Me parece poco probable que su tiempo pasado – es decir, perdido...—con [el rapero] Doc Gynéco o [el rockero] Johnny Hallyday lo dispensaría de conocer un poco mi trabajo, incluso de lejos. Me esperaba que tuviera la ficha de los servicios secretos o las notas de sus colaboradores. De hecho, sus escribas habían hecho prueba de mayor celeridad: la copia de mi blog dedicado a su augusta persona. Recuerdo que su título era: Las ropas de abuela Sarkozy- ahí mostraba hasta qué punto el candidato oficial cubría sus piel de lobo con una capelina republicana bastante inédita.
Me encontraba en la recámara del escritorio de la famosa abuela Sarkozy, situada en la plaza Beauvau [sede del Ministerio del Interior], acompañado por dos colegas de la redacción de la revista y un fotógrafo que no podía creerse que se encontraba en esta geografía donde se urdían todos los golpes bajos de la República. Epicentro de la estrategia y de la táctica política policial, espacio del cinismo en acción, oficina del dorado maquiavelismo de Estado, con retratos de figuras disciplinarias de la historia de Francia representados en medallones de una austeridad siniestra.
Llegada del Ministro del Interior con un cuarto de hora de anticipación. Son las 17hs del 20 de febrero. Inicio agitado. Agresividad de su parte. Da vueltas en la jaula, mira, calibra, juzga, analiza la situación. Es una gran fiera herida, leyó mis textos del blog y me reta con la mirada- aunque sentado en un sillón cerca de la chimenea. Tiene las piernas cruzadas, una de ellas se agita con un incesante movimiento nervioso, el pie no se queda quieto un segundo. Tiene un cigarro fino y largo, extraño objeto bastante femenino.
Camisa abierta, sin corbata, joyas de oro, pulsera adolescente en la muñeca, probablemente el regalo de su hijo. Cuanto más se muestra nervioso, más exhibo mi calma.
Primer zarpazo con todas las garras fuera, después un segundo, un tercero, y no para, se descarga, agrede, pega, golpea, habla solo, con un débito imposible de contener o canalizar. Una, dos, tres frases autistas. El director del gabinete y el escriba miran y escuchan, impasibles. Se los imagina capaces de asistir a un interrogatorio violento con la misma máscara, el de la gente de poder que observa cómo se muere en directo y no se mosquea. El espectáculo de un combate de gladiadores.
Siento el aire glacial que llevan consigo los que de un gesto de su pulgar, matan o salvan. El monólogo continúa. Logorrea [diarrea verbal] interminable. Maldades lanzadas como un chorro de hiel de una bilis enferma o como un veneno pulsado por un proyecto de asesinato. Hablador, provocador, seguro de sí, incitando el adversario a luchar, afirma en síntesis: “Entonces, viene a ver al gran demagogo cuando usted no es nadie, y además, ¡saltando a la boca del lobo...”!
Hago una frase. Es pulverizada, destruida, rota, anulada, despedazada: otro cinismo sin elegancia, más frases que uno siente que querría más peligrosas, más mortíferas sin conseguir la estocada final. El odio no encuentra otro camino que esta serie de heridas expuestas. Digo una segunda oración. Mismo tratamiento, flujo de verbo, flujo de palabras, chorros ácidos. Una tercera. Igual. Empiezo a pensar que la crisis se prolonga demasiado. En cualquier caso desmedida, desproporcionada.
Si se quiere ser presidente de la República, hay que prepararse desde la cuna, si se quiere presidir el destino de un país dos veces milenario y tratar de igual a igual con las grandes fieras de este planeta, si se prepara a tener a su disposición el fuego nuclear, si uno se expone desde hace años invitándose todos los días en las noticias de todas las prensas, escritas, habladas, fotográficas, digitalizadas, si uno lleva su vida pública como una vida privada y viceversa, si se aspira a convertirse en comandante de las fuerzas armadas, si un día debe garantizar el Estado, la Nación, la República, la Constitución, si, si, si, entonces ¿cómo se puede reaccionar como un animal herido de muerte, como una bestia enferma, cuando apenas puede reprocharle a un interlocutor un blog confidencial poco ameno, cierto, pero inofensivo?
Porque en contra mío, para justificar este trato desproporcionado, sólo tiene que afirmé en un un puñado de artículos de este blog que el candidato a la presidencia me parecía haberse convertido demasiado recientemente a De Gaulle, el gaullismo, la Nación, la República, que sus citas de Jean Jaurès y Léon Blum parecían poco oportunas en un itinerario de una treintena de años en el curso de los cuales estos apellidos brillaban por su ausencia en lo que él había dicho o escrito. Preguntas que, desde entonces, podían convertirse en el objeto de un debate, y que, de hecho, era por esta razón que estábamos ahí Alexandre Lacroix, Nicolas Truong [los periodistas que lo acompañaban] y yo...
Este ataque de cólera sólo fue interrumpido por la incidencia del timbre de un celular que lo hizo alejarse a la habitación de al lado. Mientras se desplazaba, respondía con una voz suave, tierna, muy afectuosa, con palabras dulces destinadas muy probablemente a alguno de sus hijos. La fiera suelta se volvía apenas un felino de salón ronroneante,k doméstico. En ausencia del ministro, confieso a mis compañeros y en presencia de dos de los suyos que no vine para participar en este tipo de happening histérico y que estoy pensando en irme del lugar de inmediato.
Había venido como un adversario político, es cierto, me parecía que la cosa era clara, y de hecho pública, pero esto no excluía un debate de fondo que yo quería y ¡que había preparado, trayendo cuatro libros envueltos para regalo! Quien haya leído a Marcel Mauss sabe que un presente obliga al otro a dar otro presente y esperaba algo inédito en este potlatch de primitivos post-modernos... Vagamente licuado, y sibilino, el grupito de la revista Philosophie, viendo que su primicia se evaporaba en el medio de la oficina, propuso, que ni bien el Ministro volviese, tendríamos que pasar a otra cosa y que diera mis regalos... Me negué diciendo que las condiciones no estaban reunidas para este tipo de gesto y que, en todos los sentidos de la palabra, ya no pensaba regalarle nada.
“¿Pasemos a las preguntas? ¿A un debate? ¿Tratamos de que haya un diálogo?”, proponen Alexandre Lacroix y Nicolas Truong. Ensayos, esbozos. Destruidos, retoman sus hojas y tiran dos, tres temas.
La velocidad de la violencia del ministro disminuye, es cierto, pero el registro es el mismo: cólera fría en lugar de la cólera incandescente, aunque cólera al fin.
Sobre de Gaulle y el gaullismo reciente, sobre la Nación y la República como estrellas norteamericanas – digamos las cosas de este modo – de su discurso de investidura, sobre la confiscación de los grandes nombres de la izquierda, sobre el antiguo atlantismo del candidato y su incompatibilidad con la doctrina de de Gaulle, el debate ya no prende. Me increpa: “¿Cuál es mi legitimidad para hacerle este tipo de preguntas? ¿Cuáles son mis credenciales de gaullista para hablar así? ¿Qué arrogancia me permite creer que Guy Môquet pertenece más a la izquierda que a Francia?” Así que es él, quien...
No hay intercambios, sólo una máquina eficaz para recusar preguntas, para evitar una confrontación franca. Este hombre interpreta toda oposición a su doctrina como una recusación de su persona. Tengo el presentimiento de que, de hecho, la clave del personaje podría radicar en que la afirmación de su subjetividad se intensifica cuanto más frágil e incierta es de conquistar. La fuerza que de la que hace gala esconde mal la debilidad visceral y vivida. En las cumbres de la República, o dicho de otro modo en la jaula de las grandes fieras políticas, parece que sólo se puede encontrar impotentes consigo mismos y que, por esta misma razón, aspiran a dominar a los otros. De golpe, me siento Séneca sentado en el living de Nerón...
Con habilidad, mis compañeros tratan de manejar la situación, de tomar un poco las riendas de este debate que no ocurrió y que, por el momento, los supera. De hecho, el conjunto de esta primera media hora se reducía a la teatralización histérica de un ser perdido, completamente entregado a una danza de muerte en torno de una víctima expiatoria que asiste a la escena que, desde uno y otro de los dos campos, dos veces dos hombres asisten, impotentes, a esta escena primitiva de un jefe de horda poseído por espíritus guerreros. ¡Gran momento de transe chamánico en la oficina de un Ministro del Interior que aspira a las funciones supremas de la República! Olores de sangre y hedores primitivos, rastros de hiel y bilis, el piso parece tierra apisonada cubierta de inmundicias después de una ceremonia vudú...
Carne de diván
La situación cambia radicalmente cuando empezamos una discusión sobre la responsabilidad, es decir sobre la libertad, y por consiguiente de la culpabilidad, de los fundamentos de la lógica disciplinaria: la suya. Nicolas Sarkozy habla de su visita a una prisión de la ciudad de Rennes. El tema político quedó atrás.
A partir de ahora, no volverá a ser el mismo hombre. Volviéndose hombre, justamente, dicho de otro modo habiéndose quitado los oropeles de su oficio, hace un gesto con el puño cerrado llevándoselo al lado derecho de su panza y habla del mal como de una cosa visible, en el cuerpo, en la carne, en las vísceras del ser.
Creo entender que él piensa que el mal existe como una entidad separada, clara, metafísica, objetivable, como si fuera un tumor, sin ninguna relación con lo social, la sociedad, la política, las condiciones históricas. Le hago preguntas para verificar mi intuición: de hecho, piensa que nacemos buenos o malos y que, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, todo ha sido ya definido por la naturaleza.
Llegados a este punto, percibo aquí la metafísica de la derecha, el pensamiento de la derecha, ontología de la derecha: la existencia de ideas puras sin relación alguna con el mundo. El Bien, el Mal, los Buenos, los Malos y podemos continuar la lista: los Valientes, los Haraganes, los Trabajadores, los Asistidos, como si se tratara de una especie de teatro donde cada quien desempeña un papel, escrito desde un principio por un Destino que organiza todo. Un Destino o Dios, si se quiere. De este modo, están el Gendarme, el Policía, el Juez, el Soldado, el Militar y, enfrente, el Criminal, el Delincuente, el Contraventor, el Enemigo. Una lógica de guerra que prohíbe la posibilidad, algún día, de algún tipo de paz.
De ahí en más, no vale la pena ir más lejos, cada quien tiene que hacer aquello que le dicta el destino: el Ministro del Interior efectúa su trabajo, el Violador el suyo, es un reparto providencial (en el sentido teológico del término) de los roles. Aquí vemos cómo el pensamiento de derecha se articula perfectamente con el aparato metafísico cristiano: la culpa, la pureza, el pecado, la gracia, la culpabilidad, la moralidad, los buenos, los malos, el bien, el mal, el castigo, la condena, la redención, el infierno, el paraíso, la prisión, la legión de honor, etc.
Propongo la idea inversa: no se elige, de hecho se tienen pocas elecciones, puesto que los determinismos son muy fuertes, diversos, múltiples. No se nace lo que se es, uno se convierte en ello. Refunfuña y lo rechaza. ¿Y los determinismos biológicos, psíquicos, políticos, económicos, históricos, geográficos? De nada sirve. Afirma: “En lo que me concierne, tiendo a pensar que se nace pedófilo, y es de hecho un problema que no sepamos curar esta patología. Hay entre 1.200 y 1.300 jóvenes que se suicidan en Francia cada año, ¡no es porque sus padres no se han ocupado de ellos! Sino porque genéticamente tenían una fragilidad, un dolor anterior. Fíjese los fumadores: algunos desarrollan un cáncer, otros no. Los primeros padecen una debilidad psicológica hereditaria. Las circunstancias no son responsables de todo, la parte innata es inmensa”. “Genéticamente”: ¡una idea tan expandida del otro lado del Atlántico!
¡La genética, lo innato, contra lo social y lo adquirido! Las viejas líneas que marcan la frontera entre el individuo responsable de todo y la sociedad de nada ,que caracterizan a la derecha, o la sociedad culpable de todo, el individuo de nada, que constituye la cantinela de la izquierda... Dejemos de lado la teoría.
Voy al ejemplo para tratar de mostrar mejor que decir que todo es genético es un callejón sin salida tanto como lo social. Frente a esta confesión de lugar común intelectual, utilizo naturalmente las técnicas socráticas para interpelar, inquietar y captar la inteligencia, captar la atención de mi interlocutor que, de hecho, parece realmente deseoso de ahondar este tema.
Argumento: Él, cuya heterosexualidad es notoria – fue ampliamente exhibida en las revistas – ¿tuvo que elegir alguna vez entre su modo de sexualidad u otro? ¿Recuerda el momento en que probó la homosexualidad, la pedofilia, la zoofilia, la necrofilia para decidir cuál prefería y optar, finalmente, con conocimiento de causa, por la heterosexualidad? No, por supuesto. Ya que la forma que tomó su sexualidad es un asunto que no es una cuestión de elección o genética, sino de génesis existencial. Si pudiésemos elegir, ningún pedófilo eligiría serlo...
El argumento lo detiene. Me parece que a partir de este momento, el candidato presidencial, el ministro del interior, el animal político de gama alta deja paso al hombre, frágil, inquieto, ostensiblemente hablador delante de los intelectuales, descartando con un gesto que puede ser de desprecio los dichos que apelan a las cosas del espíritu, a la filosofía, pero después de todo demasiado frágil para darse el lujo de una introspección o de llevar a cabo la tarea socrática sin temer encontrar en la caja negra el espantoso cadáver de su infancia.
Durante la conversación, confiesa que nunca escuchó algo tan ridículo como la frase de Sócrates “Conócete a ti mismo”. Esta confesión me deja helado- por él. Y por lo que dice de él al afirmar una cosa semejante. ¿A este hombre le parece vano, nulo, imposible el conocimiento de sí mismo? Dicho de otro modo, ¿ este aspirante a conducir los destinos de la nación francesa cree que un saber de sí es un emprendimiento vano? ¡Tiemblo frente a la idea de que, de hecho, las fragilidades psíquicas en los más alto de la cima del Estado puedan gobernar al que reina!
Cuando fue publicado, leí “El poder y la vida” de Valéry Giscard d’Estaing [ex presidente francés] que contaba sus ataques de angustia, las inhibiciones que lo paralizaban en un vehículo militar el 14 de julio en los Campos Elíseos, sus pretextos para abandonar el consejo de ministros para que le inyectaran un calmante, su deseo de ser psicoanalizado (¡por Lacan!) durante sus siete años de gobierno, etc. Me acuerdo de las confidencias que me hizo un amigo bien informado sobre el no muy brillante estado psíquico de Jacques Chirac luego de haber disuelto la Asamblea Nacional y el tipo de tratamiento “psi” que seguía en esa época. Me acuerdo del fin de un François Mitterrand, entre videntes y reliquias de Santa Teresa, invocaciones a las fuerzas del espíritu, creencias en el más allá, gualichos y otras yerbas.
Y veía allí, en la mirada ahora calma de la fiera extenuada por su violencia, un vacío de hombre perdido que, fuera de la política, esquiva las preguntas porque recela de las respuestas, y que, desde el momento en que se saca el traje de político donde está a sus anchas, le teme a las preguntas existenciales y filosóficas porque sospecha lo que podrían hacerle descubrir de él, que corre todo el tiempo para no tener que detenerse y enfrentarse a sí mismo.
Los sesenta minutos técnicamente consentidos se habían alargado otra media hora. Los dos personajes trajeados que lo secundaban miran la hora. Había llegado el momento de darle mis regalos. Al Ministro del Interior adepto de las medidas disciplinaria: “Vigilar y castigar” de Michel Foucault; al católico que confiesa que, de vez en cuando, una misa en familia lo apacigua: “El anticristo”, de Nietzsche; para el asesinato del padre, del jefe de la horda primitiva “Tótem y tabú” de Freud; para el liberal que escribe que el antiliberal es “el otro nombre del comunismo” (dice no haberlo dicho, saco mis apuntes y preciso el libro, la página...): “¿Qué es la propiedad?” de Proudhon. Como un chico en Navidad, arranca los envoltorios con avidez. Agrega: “me gustan mucho los regalos”.
Después: “Pero ahora voy a verme obligado a hacerle otros a usted entonces?”... Tal como lo había previsto. En el resquicio de la puerta de su oficina, la tensión cayó. ¿Quién toma la iniciativa de decir que la reunión termina mejor de lo que había empezado? Ya no sé. Comenta: “Es normal, cada uno es un animal en lo suyo, ¿no? Las fieras como nosotros tienen que olisquearse...”. Alucino con su registro: animalidad, olfato. Es decir, el nivel cero de la humanidad. Me da todavía más pena. Concibo que Sócrates lo habría hundido en unos abismos de los cuales no habría regresado. O, digámoslo de otro modo: el hombre político volvería, claro está, pero habiendo dejado detrás su harapo político para convertirse al fin en un hombre.
Mientras sus cancerberos se lo llevan casi de la manga, expresa su anhelo de continuar esta charla, por el placer del debate y del intercambio, para ir más lejos. De una, me propone acompañarlo, sin periodistas – hace un gesto con el brazo hacia los periodistas de Philosophie Magazine para hacerles entender que tienen que irse, un gesto que traiciona probablemente lo que piensa de toda la corporación. Me niego. ¿Quizás en otra oportunidad? Los dos amigos giñan los ojos como guirnaldas eléctricas. Veamos para más adelante...
Una última palabra de Nicolas Sarkozy en forma de lapsus, se mueve hacia la salida: “No me va a decir que no soy un tipo raro, ¿no? Tengo que convencer a 65 millones de franceses, ¡y le digo a usted, aquí, que quisiera seguir la conversación! ¿Eh? ¿No? ¿No hay nada más importante que hacer? Qué cosa...” Sesenta y cinco millones es el número de franceses a convencer de amor, no el de los electores a convencer de votar..."
Michel Onfray, filósofo